lunes, 26 de marzo de 2012

Juan Martínez Villergas XL

En Argentina   y  IV


    Una serie de diez cartas publica el periódico porteño La Libertad, para responder a las de Antón Perulero,(Martínez Villergas) que van del 22 de enero al 6 de febrero de 1876. Hoy las conocemos como Cartas de un porteño, título bajo el cual las compila Ernesto Morales36 a partir del apelativo con que las firma Gutiérrez. La idea de un porteño enfatiza una pertenencia no tanto geográfica cuanto espiritual.
 GUTIÉRREZ, JUAN MARÍA, Carta Décima», en La Libertad. Buenos Aires, 6 de febrero de 1876.
En la primera carta, para ahondar en las razones de su denuncia, Gutiérrez rememora el origen servil de la Academia para con el Rey de España, que, con sus académicos correspondientes, sus gramáticas y diccionarios, infiltra los barcos de guerra. No olvida que Cuba aún clama por su independencia ni soslaya el reciente desembarco español en Valparaíso, que, anunciándose con fines «científicos», terminó quemando la ciudad y tomando las islas de Chincha. Para Gutiérrez, la distensión con España aún no ha llegado y, al fin y al cabo, él sigue siendo un hombre de la Revolución de Mayo, guerra que se sigue librando, ahora, por medios más filológicos, única vía que le queda a España para la Reconquista de América.
Puesto que Villergas conjura la palabra babel, Gutiérrez, en su segunda carta, recoge esa invocación para desautorizar a su antagonista en temas lingüísticos: «¡Con ésa venimos ahora! ¡Con que el señor Perulero no puede explicarse la diversidad en las lenguas sino por medio de aquel cuento bíblico!» Gutiérrez, versado ya en las teorías de Müller y Bopp —que intuye no han llegado aún a España—, sintetiza el origen de la lengua española, para evidenciar que es otra la forma en que deben pensarse las cuestiones filológicas. Por otro lado, siente que, igual que al pronunciar su discurso del 37, ha sido nuevamente mal interpretado: «Ha creído Perulero que cuando el señor Gutiérrez hablaba de una lengua española enriquecida con elementos que le llegaban (en este país) con la industria y la actividad, y las costumbres de la inmigración, optaba por una jerga incoherente y descosida que sólo hubiera de entenderse a las orillas del Plata...» No hacía falta esta aclaración para inferir que Gutiérrez no desea un idioma propio en sentido estrecho. Insiste, no obstante, en que un pueblo cuyos órganos todos están en desenvolvimiento y progreso, el órgano de las ideas también lo está, y que «fijarlo sería como parar un reloj para saber la hora a punto fijo».
     Las notas de Gutiérrez continúan y Villergas respondió como pudo, pero al perpetuarse las aclaraciones y las nuevas imputaciones, la polémica comienza a desvariar y ya, en la décima intervención de Gutiérrez se lee: «Nuestras catas ya no tienen objeto».

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