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novela Los
Misterios de Madrid, 1845. Su admiración y elogios a novelistas,
dramaturgos y poetas franceses es frecuente y abundante; las obras románticas
francesas son el modelo con las que Villergas parangona las producciones de
nuestra literatura nacional. Las declaraciones que Villergas hace en sus
novelas revelan su talante de «romántico social».
Recordemos
lo que R. Picard escribió acerca del romanticismo social francés, para
reconocer en qué términos nosotros hacemos partícipe de éste a Villergas:
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«El
romanticismo social, que era todo lástima por los humildes y deseos de
reorganizar la sociedad, iba a tener su origen en las repetidas pruebas de la
miseria y de los sufrimientos del pueblo. La sensibilidad viva y exaltable de
los poetas iba a gemir elocuentemente por la suerte de los «miserables», la
imaginación de los reformadores, tan romántica como su sentimentalidad, les
conducía a concebir utopías cuya visión, a su vez, provocaba el entusiasmo
popular.»
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Las
observaciones sobre la vinculación de Villergas al «romanticismo social»
provienen de Vicente Llorens, L. Romero Tobar, Iris M. Zavala, J. Ignacio
Ferreras, Rubén Benítez. Unos y otros incluyen a Villergas dentro de la nómina
de novelistas de «tendencia social». Nos urge, pues, centrarnos en las obras de
Villergas que han permitido vincularlo como escritor de tendencia social.
3. 1. El
Cancionero del Pueblo, 1844
Vicente
Llorens, ciñéndose al prólogo de la primera novela de El Cancionero del Pueblo,
«La casa de poco trigo», afirma:
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Villergas
aboga por una literatura de tendencia social; [que] no la hacía derivar de
Sue, puesto que la ve ya en el romanticismo, «el romanticismo bien
entendido», tal como lo concibieran Victor Hugo y Dumas».
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Para
quien desconozca dicho prólogo, por otra parte más sugerente que la propia
novela, las palabras de Llorens difícilmente serán comprendidas. En el
Villergas hace una reflexión de cuanto ha escrito hasta entonces, es decir,
1844, y tras calificar de «frívolos ensayos de juventud» su producción anterior
se aplica a pronosticar cuáles deben ser las directrices que debe seguir la
literatura de su tiempo, a la que él mismo se siente llamado a desarrollar
imbuido de propósitos filosóficos y sociales, y dice:
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«Si
bien en composiciones cortas puede haber toda la crítica necesaria para
corregir los defectos de la sociedad, ni el lector saca tanto fruto de ellas,
ni son para el de tanto valor como una obra donde el escritor tiene más
libertad y más extensión para esplanar sus pensamientos. Además estoy
convencido de que ha pasado ya el tiempo de hacer poesías sin otro objeto que
el de distraer, divertir o adormecer la imaginación. Las producciones
literarias en este siglo necesitan otra circunstancia que las recomiende y es
la filosofía. Un libro que no tenga tendencia social, que no se proponga
algún fin moral, es a mis ojos una obra inútil que no sirve para nada.»
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Lamentablemente
el «romanticismo bien entendido», al que alude Llorens, no está representado en
las narraciones cortas de El Cancionero del Pueblo. Ni en ésta ni en
otras obras de distinto género se encuentran modos de reactivarlo, y lo único
que encontramos son caricaturas del romanticismo, en gran parte porque
Villergas carecía de talento, imaginación y habilidad formal para construir
universos narrativos, y por otra, no menos significativa, porque
deliberadamente quería manifestar su desaprobación del movimiento mediante la
burla de los excesos literarios seudo-románticos.
No
obstante, pese a las caricaturas del romanticismo, Villergas ofrece pruebas
manifiestas de su vinculación al romanticismo social mediante abundantes
digresiones, que de propia voz o en boca de sus personajes llenan las páginas
de sus relatos. La mayoría de los protagonistas son gente desheredada, pobres,
huérfanos, víctimas, en definitiva, de una concreta situación social económica.
Los problemas o dificultades que tienen que afrontar provienen de su condición
social de desheredados, que constituye una criba importante para ver realizados
sus anhelos, o para truncar sus esperanzas en la consecución final de aquéllos.
La virtud de la inocencia, de la honradez y el talento de los personajes son
siempre ensalzados y se erigen en las únicas armas de que éstos disponen para
reclamar el derecho de ser felices, dentro de una sociedad que castiga y se
ensaña con el más débil.
No
podemos resumir aquí los argumentos de las novelas, como tampoco podemos
reescribir todos los juicios que Villergas vierte en ellas: ofrecemos algunos
ejemplos ilustrativos.
En
«El secreto a voces» (El Cancionero del Pueblo, t. 4, pp. 1-95)
Villergas aborda el tema de la orfandad para denunciar el estado de la
«organización social», y de los impedimentos de la «reedificación del edificio
social». La protagonista es una joven huérfana cuya felicidad se ve amenazada
por esta circunstancia, ya que el joven a quien ama es un escrupuloso de la
«limpieza de sangre». La falta de testimonios acerca de sus orígenes constituye
la principal dificultad para ser aceptada en la sociedad. Todos los personajes
de la novela, excepto la protagonista, «participan de los errores añejos de
conceder más al lustre de la cuna que al brillo de la ciencia y de la virtud».
El
interés de ésta y otras novelas que contiene El Cancionero del Pueblo no
reside en su elaboración artística, sino en lo que L. Romero Tobar denomina los
«excursos narrativos»,
en los que de forma directa o encubierta
el autor manifiesta su intencionalidad. En «El secreto a voces» los juicios de
todo orden que Villergas vierte en ella obedecen a una intencionalidad de
carácter político y social. La descripción moral de la joven protagonista nos
lo confirma:
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«Una
entusiasta de los principios de igualdad y fraternidad tan cacareados como
mal comprendidos en estos últimos tiempos. Ella estaba al nivel de los
demócratas reformadores; porque condenar sus ideas era condenar su
existencia, su origen dudoso; era acusar su delito a los ojos de
los que creen la condición humilde del hombre un vicio hereditario como el
pecado de Adán.»
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Abundan
los motivos y detalles de la más variada índole que evidencian los propósitos
del autor; en este sentido, no están exentos de intencionalidad política y
social otros comentarios de Villergas, en apariencia marginales. Así sucede
cuando, para ridiculizar la ignorancia e insensibilidad literaria del
pretendiente de la protagonista, no repara en traer a colación a los maestros
de la literatura francesa: Dumas, Victor Hugo y Eugenio Sue, mentores de la
sensibilidad social hacia los más desprotegidos y de la que él mismo,
Villergas, participa.
3. 2. Los
Misterios de Madrid. Miscelánea de costumbres buenas y malas, 1844-45.
Es
la primera novela de gran extensión de Villergas que peor reputación como
novelista le ha acarreado. Narciso Alonso Cortés califica de «inverosímiles
creaciones de una pluma sectaria»
las «odiosas figuras» del Marqués de
Calabaza y del jesuita D. Toribio, personajes clave de la novela entorno a los
cuales se tejen innumerables y extravagantes peripecias, difíciles de resumir
aquí por prolijas y abundantes.
J.
Ignacio Ferreras, por su parte, tampoco guarda una buena «impresión» de la
obra, sus aportaciones en este sentido son de desaprobación:
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«Villergas
pasa revista a todos los grupos sociales: aristócratas, clérigos,
comerciantes, bandidos, banqueros, etc.; su intención «social», si
intenciones de este tipo posee el autor, es la de mostrar al lector una
sociedad corrompida por el vicio, la miseria y el afán de lucro.
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Villergas
no propone, como Ayguals de Izco, ningún plan de concordia social entre las
clases poseedoras y las trabajadoras, se limita a subrayar las diferencias
sin ninguna moralidad politizadora.»
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Convenimos
con Narciso Alonso Cortés en su opinión de que El Marqués de la Calabaza y D.
Toribio son creaciones de una «pluma sectaria», puesto que Villergas
deliberadamente tiene el propósito de escribir una novela anti-aristocrática y
anti-clerical. No compartimos el juicio de Ferreras acerca de la ausencia de
«intención social» y de «moralidad politizadora» en la novela de Villergas,
porque tendríamos que hacer caso omiso
de las declaraciones que el autor, expresamente en favor de esa
intencionalidad, hace en el «Epílogo» a Los Misterios de Madrid:
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«Si
la libertad de imprenta hubiera sufrido menos ataques del poder habría
intentado desenvolver mis teorías en política y moral, si no con erudición y
destreza al menos con la sinceridad y franqueza que me caracterizan. He
tenido por consiguiente que pasar por alto este particular hasta que vengan
mejores días, hasta que no sea un delito el emitir un hombre sus doctrinas [...].
Entretanto, he debido circunscribirme, ya que mi pensamiento ha sido siempre
el destruir las cosas viejas y los vicios nuevos del tronco social, he debido
concretarme, repito, a combatir a la aristocracia y a los aristócratas, a esa
nobleza estúpida que se opone a que la igualdad política se cumpla y a que
los vínculos de la fraternidad se estrechen cuanto es necesario a fin de que
la nación consiga ser al mismo tiempo libre y poderosa.»
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En
nuestra opinión, del epílogo de Villergas no cabe más lectura que la literal,
en tanto que esa interpretación a pie de letra halla su corroboración en la
fabulación de su novela. Villergas en Los Misterios no intenta más que
desarrollar sus «teorías políticas y morales» encaminadas a «destruir las cosas
viejas y los vicios nuevos del tronco social», con el propósito de conseguir la
«igualdad política», la «fraternidad» de las clases sociales «a fin de que la
nación consiga ser a un mismo tiempo libre y poderosa».
El esquema del que
parte Villergas para conseguir tan elevados fines es muy sencillo: dos clases
sociales en perpetuo divorcio, la aristocracia y el pueblo. Las carencias del
pueblo son debidas a la intolerancia, privilegios, y falta de escrúpulos
sociales de los aristócratas. La denuncia de esta situación es harto repetida
en toda la novela, y la forma con que nos la describe no está exenta de
maniqueísmo. No obstante, sus objetivos no se detienen en la denuncia de los
males que aquejan a los desheredados, y de la inculpación a la aristocracia del
«[des]equilibrio social del siglo XIX». Su última finalidad es la de exponer
cuáles deberían ser las reformas de carácter político, social y económico que
paliaran las desigualdades entre las clases sociales. Su proyecto de
reedificación social acoge y se expande a toda la sociedad, y deviene así, continuará....
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