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Gómez Villaboa cita un artículo de un diario madrileño, publicado en
el año de la muerte del autor, que dice: “Ha sido indudablemente el
primer periodista republica no en España, y casi se puede asegurar que cuando
él se lanzó a la vida pública, no había en nuestra patria más que
dos partidarios de la república: don José María Orense (el marqués de Albaida) en el Parlamento y él en la
prensa” (cita atribuida al seudónimo de “Kasabal”; Gómez Villaboa 12).
Los apuntes biográficos contenidos en la Corona Poética cuentan que “sus padres… no carecían de cuantiosos
bienes, á su nacimiento, pero la revolución liberal, en que se distinguió
el señor Martínez desde el año 20, le arrebataron su vida y su fortuna, y si
bien dejando en la orfandad y en la miseria este hijo, señalándole
con tan elocuente ejemplo el recto camino que debía de seguir, y del
que nunca se ha apartado Villergas, anteponiendo
siempre á sus intereses sus convicciones” (iv). Gómez Villaboa
relata que “los padres habían sufrido severas molestias por sus
ideas –cosa harto frecuente en aquellos
tiempos del rey ‘Deseado’… Sábese también
que a consecuencia de la detención y de los malos tratos recibidos,
el padre de nuestro futuro gran satírico, contrajo una larga y penosa enfermedad que le tendría paralítico
durante varios años, terminando por llevarle a la tumba, cuando nuestro
alevín de vate hallábase aún en la edad de asistir a la escuela”
(253-54). Ejemplo de este tipo de nueva posibilidad es la reapertura de las
universidades que habían sido cerradas por Fernando VII en el año 1823.
Maris Fernández comienza su estudio de Hortelano con el siguiente
esbozo, nacido en1819 en Chinchón: “Décimo tercer hijo de labriegos dueños de
tierras, viñas y olivares, huérfano a los quince años, buscó nuevos
horizontes en Madrid, probando fortuna en diferentes oficios:
sillero, sombrerero, aprendiz de cajista, corrector y regente de imprenta encontrando en este oficio el camino que
signará su destino, y que lo condujo a ser impresor, editor de libros y
periódicos en los que puso además de la letra, el espíritu político” (13). Como Villergas “se enroló
voluntariamente como miliciano… en el cuartel del barrio de la
Guardia Nacional, en ese entonces bastión del partido liberal, también llamado
progresista o constitucional, partidario de la Reina Madre, María Cristina,
esposa de Fernando VII, apoyada por el General Espartero”.
Barrantes escribe el artículo en forma de un encuentro-diálogo entre
él y otro escritor, contemporáneo suyo
(Eulogio Florentino Sanz), en cuya boca pone esas palabras sobre la
generación de Villergas. Benítez recuenta
detalladamente la etapa del involucramiento de Ayguals en la Milicia Nacional y
la Primera Guerra Carlista en páginas 22 a 27 de su estudio del autor. Barrantes pone en boca de Florentino Sanz acerca de
1849 un comentario que indica que no fía estar en ningún proyecto en el que
Villergas esté involucrado: “me dejo llevará
conferencias sobre la fundación de un periódico que pongo muy en duda, y más aún si aceptaré la compañía de
Villergas, que lleva siempre la mala consigo”. La réplica de Barrantes es el siguiente: “Tenía razón
Florentino Sanz. Las circunstancias que nos rodeaban eran para pensar
mucho un hombre hasta en salir a la calle” (61). Estas palabras también las pone Barrantes en boca de Florentino Sanz. También requeriría un acercamiento a las perspectivas entre toda
la comunidad de expatriados en las
Américas: ¿había algunos que apoyaran al proyecto independista a pesar de su nacionalidad
española? ¿Quiénes? ¿Cuántos? Esa
duración se divide en cuatro temporadas: 1859-61; 1862-64; 1869-71; y 1874.
Marrero explica que la libertad de la imprenta era un
tema de mucha contienda en Cuba durante esa época. El gobierno del general
español Dulce Garay permitió una apertura de la imprenta que sólo duró
unos treinta y cuatro días al comienzo de 1869, y aun bajo esa apertura no se
permitía hablar de la religión ni de la esclavitud (31-32). Véase el excelente artículo de Balfour sobre la identidad y
nacionalismo españoles hacia el final del
siglo con la crisis de 1898.
Véanse, por ejemplo, los estudios nacionales de Marrero y Mota en el
caso de Cuba, y los de Beltrán y Fernández en el de Argentina. Una
excepción a esa regla general ha sido el libro de Maris Fernández sobre la
obra argentina del editor español Benito Hortelano. Estas palabras se atribuyen a Villergas como uno de los co-editores
del folleto político español de los años
cincuenta, El Tío Camorra (Barrantes 64).
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