Composición
dedicada a mi amigo D. Manuel Juan Diana (Sevilla, 18 de Octubre de 1814 - Madrid, 27 de Mayo de 1881), novelista, dramaturgo y periodista del Romanticismo.
Martínez Villergas: ¿futurólogo o realista?
Mi
casa
Juan,
yo vivo, a fe de Juan,
que
Juan me llamo también,
en
el portal de belén
y
en la manzana de Adán.
Y
por si aún hay mamarrachos
que
desconozcan la ruta,
calle
de árboles sin fruta,
y
casa de vacas machos.
Como
el andar por el suelo
es
tan bajo y terrenal
vivo
en cuarto principal
esto
es, bajando del cielo.
Húmeda
obscura y en falso
una
escalera se ofrece
que
en lo estrecha me parece
la
escalera del cadalso:
De
alta desafía al sol
su
construcción a la moda,
no
será de concha toda,
pero
sí de caracol.
Los
pasos no están escasos
tan
malos a la verdad
que
sin ser mi voluntad
ando
siempre en malos pasos.
Aunque
la razón me tasa
la
extensión de este capítulo,
pues
debo, según el título,
circunscribirme
a mi casa:
Perdone
la brevedad
mí
flujo de describir;
porque
antes quiero decir
algo
de la vecindad.
Tengo
para más trabajos
dos
cuartos bajos, y os digo
que
muy de veras maldigo
los
pícaros cuartos bajos.
No
pudo el hado severo
darme
tormento mayor
que
en el uno un herrador
y
en el otro un cerrajero.
Porque
les oigo ¡caramba!
Mientras
sudo en una copla,
el
uno, sopla que sopla,
y
el otro, zumba que tamba.
Responden
al retintín
en
el cuarto principal
donde
vive un infernal
maestro
de violín.
Es
inteligente y diestro,
hace
los trinos jugando;
mas
de rabia estoy trinando
con
los trinos del maestro;
Y
aunque aturde los oídos
el
reñirle no está bien:
pues
al cabo su sostén
se
le dan los sostenidos.
Del
segundo es mi vecina
una
viuda, y desafío
a
que lo es del Monte Pío,
pues
parece una sardina.
Tiene,
cargadas de espaldas,
dos
hijas, y ambas a dos
tan
feas que, vive Dios,
parecen
grajos con faldas.
No
sé quién cose o quién borda,
sé
que el sufrimiento apuran,
pues
como sólo procuran
engañar
al sursum-corda:
A
todos tienen tan hartos
cánticos,
bailes y truenos,
que
ellas solas hacen buenos
a
los de los otros cuartos.
Pero
no más digresión,
vamos
a cosas más ciertas
que
ya estamos a las puertas
de
mi humilde habitación;
En las
cuales bien se advierte
que
no debemos parar,
porque
en ellas es estar
a
las puertas de la muerte.
Entrad
y salga quien salga
que
el cuarto que veis al paso
no
está, por Dios, tan escaso
Que
dos ochavos no valga.
Y
el que juzgue mi aposento
extremadamente
malo
que
me lleve algún regalo
tendrá
buen recibimiento.
Lo
que es la cocina, peco
si
se la llego a ofrecer,
porque
la puede esconder
en
el bolso del chaleco.
Hablando
con rigorismo,
constituyen
la espetera
un
cucharón de madera,
y
un tenedor de lo mismo.
Sólo
mueble servidor
a
quien con fatigas baldo,
porque
en mi casa hasta el caldo
se
come con tenedor.
Un
almirez quiere en vano
disimular
que es de cobre;
y
está manco, pues el pobre
no
tiene más que una mano.
Tengo
una cazuela sola,
en
puchero hecho pedazos,
un
fogón sin fogonazos
con
chimenea española.
Y
harto de verla me pesa
os
lo juro por el sol,
que
aunque soy muy español,
mas
la quisiera francesa.
También
hay un cuarto al lado
que
nada acierto a decirle,
y
excusado es describirle,
por
ser él muy excusado.
Mas
de mi pobre morada,
si
bien en ello se piensa,
lo
más limpio es la despensa,
como
que dentro no hay nada.
Acaso
es dura esta soba,
sin
duda es loco mi empeño;
pero
por si causa sueño
zampémonos
en la alcoba.
La
cama no está colgada
que
aunque haya más de sufrir
antes
que ahorcada morir
quiere
morir arrastrada.
Jergón
no le vi jamás,
por
colchón hay cualquier cosa,
por
almohada una baldosa,
y
una sábana no más:
Con
unos ojos que espanta,
tan
mártir de noche y día,
que
más que sábana mía
parece
sábana santa.
Para
castigo de malos
se
hizo la manta fatal,
pues
más que la manta tal
vale
una manta de palos.
Las
vidrieras como soy
yo
mismo las he forjado
de
cristal elaborado
en
las fabricas de Alcoy.
Hay
cortinas con florones
que
adornándolas están;
grandes
rasgos no tendrán
Pero
sí grandes rasgones.
Aunque
siempre voy con gala,
desde
la cama a la mesa
aquí
pasar me interesa
desde
la alcoba a la sala.
Y
no porque me deleita
cuanto
encierra, riada de eso,
la
pintura es puro yeso
y
las alfombras de pleita.
Y
cuanto hallemos al paso
tan
trabucado se topa
que
tiene el cielo de estopa
en
lugar de cielo raso.
Hay
un candil, mueble vil,
colgado
en un agujero
tan
hondo que el mundo entero
puede
arder en mi candil.
Y
una ventana cercana
tan
grande sobremanera,
que
puedo echar cuando quiera,
la
casa por la ventana.
No
es la tapia de alabastro;
pero
está llena a fe mía
de
cuadros, de prendería,
por
no decir que del Rastro,
Herrera
está con esplín
a
Churriguera escupiendo,
y
Calderón sacudiendo
cachetes
a Moratín.
Hay
una virgen de palo
pendiente
de un hilo agudo,
y
pegada con engrudo
la
vida del hombre malo.
Un
Cristo de hoja de lata
que
harto me da que sentir
pues
bien quisiera decir:
ojo
al Cristo que es de plato.
Pero
el grupo nunca visto
en
tal paupérrimo enjambre
es
junto al cuadro del hambre,
la
cena de Jesucristo.
Y
de esta alhaja tan buena
no
me desharé en la vida
pues
si nos falta comida
justo
es que tengamos cena.
Mi
desgracia o mi fortuna
entre
tanto mueble viejo
me
dio también un espejo
anochecido
y sin luna.
Cóncavo
está como un barco
y
no es de Arlú la invención
ni
de Tulio Cicerón
pues
se olvidaron del Marco.
Está
roto, y lo prefiero
que
así presenta, no es broma,
dos
cuerpos a quien se asoma,
que
es más que de cuerpo entero.
Por
los vientos azotado
tan
tímido y singular,
que
no hace más que temblar
y
eso que no está azogado.
Por
detrás de este embeleco
hay
papeles, papeletas,
calendarios
y tarjetas
una
bula y no de Meco.
Y
aun los billetes atranco
del
Instituto y Museo
que
aunque alagan mi deseo
mas
los quisiera de Banco.
Hay
una mesa después
tullida,
de media anqueta
y
una silla de baqueta
con
dos brazos y tres pies.
Tengo
para distracción
papel,
regla, lapicero,
y
un asombroso tintero
fabricado
en Alcorcón.
Tan
Mísero y desgraciado
en
este mundo maldito,
que
sin maldito delito
le
tengo siempre emplumado.
Y
aunque a tales aflicciones
la
miseria le redujo
pudo
tener gran influjo
en
la cuestión de algodones.
La
tinta es agua y no pinta,
y
así tan raro producto
le
sabréis por buen conducto;
pero
no de buena tinta.
Pueda
pintaros si quiero
más
de lo que queda atrás;
pero
todo lo demás
Me
lo dejo en el tintero.