lunes, 11 de junio de 2012

Personas III

Al Padre Saturnino por Ángel Garachana marzo 21, 2012 a las 6:21pm. Obispo de San Pedro Sula.

     No es fácil decir a los 75 años: “me siento feliz de haberme vivido y desvivido como sacerdote”. Los escépticos dirán que son palabras vacías y los pesimistas que son tapadera de la triste realidad.
     Pero el P. Saturnino Senis, al cumplir 50 años de sacerdote el día 17 de marzo, afirma rotunda y públicamente que se siente feliz de ser sacerdote y de serlo y vivirlo en Honduras.
     ¿Y por qué en Honduras? Porque de nacimiento y crecimiento es castellano, nacido en Valladolid y formado en Salamanca. Va para quince años que se vino a esta diócesis de San Pedro Sula, empujado internamente por el Espíritu que dilata los horizontes y lleva siempre “más allá”, “plus ultra”, porque, si “ancha es Castilla”, es más ancho el mundo entero.
     Lo nombré párroco de la parroquia de San Pedro Apóstol. Y conmigo vive, compartiendo casa, mesa y catedral. No es frecuente esta simbiosis. Pero resulta que, en San Pedro, la catedral es parroquia  y la parroquia no tiene casa cural. Así que el obispo y el párroco comparten casa y catedral.
     Es buen compañero el P. Satur. Tiene alegría, conversación y buen humor y el aguante que, en el día a día, se necesita. Su ritmo biológico de trabajo y descanso es un poco especial. Yo diría que se rige más por el ritmo de la naturaleza que por el ritmo de la civilización. Se acuesta poco después que las gallinas de las aldeas (a las 8.00 pm) y se levanta antes que cante el gallo del caserío sin luz (a las 2.30 am). Los grandes maestros espirituales, antiguos y modernos, siempre han alabado a los madrugadores, a los que esperan despiertos al nuevo día.
     Yo soy más de la noche, cuando todo calla en la casa y no suena ni el timbre, ni el teléfono, entonces puedo centrarme en el trabajo o en la oración. Ya nos ha ocurrido alguna vez que yo me estoy acostando cuando el P. Satur se está levantando.
    El P. Satur es feliz rodeado del pueblo  llano y sencillo, pueblo pobre, abandonado  sufriente. Ahí verán filas de gente en la casa cural para recibir alguna ayuda, al menos que no falte la ayuda de la escucha y de la compasión, de padecer con ellos.
     Es cierto que el padre palpa y siente el sufrimiento de los pobres y la injusticia social. Pero también es cierto que se presenta como testigo de la bondad, generosidad y solidaridad de mucha gente, de toda clase y condición. Cuando otros sólo resaltan lo negativo, él, sin negar nuestra dramática y desgarrada realidad, proclama que hay mucha gente buena, acogedora, caritativa, desprendida y generosa.
     Las manos del P. Saturnino, que acarician a los niños, saludan a los mayores, ayudan a los necesitados, son manos humanas, de carne y hueso, pero son manos ungidas sacerdotalmente en un lejano día 17 de marzo de 1962. Esas manos, cada mañana alzan el Cuerpo de Cristo que carga en si a la humanidad entera. Se extiende vueltas a Dios  Padre en alabanza por tantas muestras de su amor y su súplica insistente por tantos como le piden su oración. De modo que puede decir con un sacerdote- poeta: “Y yo, que apenas era un niño, tenía tantas almas colgadas de mis manos que ni un gigante hubiera podido levantarlas”.
     Y esas manos reparten el Pan de Vida a otras manos extendidas o a bocas entreabiertas por el hambre de Dios y de su vida. Todos los días en la misa de 6:40 a.m., todos los domingos en las misas de 6:00, 7:30 y 9:00 a.m., las manos del P. Satur son manos de Jesucristo sacerdote, para volver luego a las calles y los pobres, a la oficina parroquial y a la escucha de desgracias sin cuento; hechas manos de Jesucristo Buen Samaritano.
     P. Satur, hermano sacerdote, compañero de casa y mesa, paisano de nacimiento, muchas felicidades, muchas gracias y “ad multos annos”  (por muchos años).

+ Ángel Garachana Pérez, CMF. Obispo de San Pedro Sula 
  Padre Saturnino con sus padres.

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